Una de las frases prefabricadas que se ha puesto de moda con todo eso de la web 2.0 es “Wisdom of Crowds” (algo así como “sabiduría de la multitud“). ¿En qué se basa esa sabiduría? En la participación de un…
Una de las frases prefabricadas que se ha puesto de moda con todo eso de la web 2.0 es “Wisdom of Crowds” (algo así como “sabiduría de la multitud“). ¿En qué se basa esa sabiduría? En la participación de un gran número de usuarios (cosa que permiten cada vez más las nuevas tecnologías), de modo que de las aportaciones individuales espontáneamente surge una supuesta inteligencia colectiva (algo parecido a lo que el rebuscado vocabulario empresarial llama “sinergia”).
En la práctica podemos pensar en sitios web como Menéame, en la que la “inteligencia colectiva” hace que se publiquen las noticias más interesantes; o en Amazon, cuyo gran número de clientes le permite sugerirnos (con bastante acierto) libros que pueden interesarnos, a partir de lo que otras personas con perfil similar al nuestro han comprado.
Pero… algo chirría; la cosa no es tan sencilla ni funciona tan bien como podría parecer. De hecho, va en contra de una de esas ideas más o menos difusas que te llegan por diferentes medios, bajo diferentes formas, y que te hacen abrir los ojos ante algo que, a partir de entonces, pasa a ser obvio: las comunidades suelen ser bastante más estúpidas que sus miembros individuales.
Esa tendencia la encuentro expuesta en muchas fuentes diferentes de las que considero “de referencia”, lo que no hace más que confirmarme su validez: las tiras de Dilbert (como la que incluyo), en el blog de Scott Adams (su autor), en el entretenidísimo libro “Elogio del Imbécil“, …; y de los innumerables ejemplos de la vida real, voy a explicar el que me llevó a escribir este artículo.
Lloriqueando en Menéame
Para los que no conozcáis Menéame, se trata de un sitio colaborativo en la que los usuarios votan los enlaces hacia artículos y noticias que se han enviado, de modo que los más votados se publican “en portada”, consiguiendo entonces un importante número de visitas del resto de usuarios. Los votos pueden ser positivos (si se considera interesante el enlace) o negativos (si se considera que no es interesante, que está repetida, que es irrelevante etc.).
Al grano: en septiembre envié un enlace hacia una página de mi sitio web con una foto sobre la llegada del otoño que me parecía divertida. Sorprendentemente, me encontré con que la noticia había recibido varios votos negativos.
Por curiosidad, me puse a hacer un análisis de los votos negativos, que resultaron ser estos:
- 1 voto errónea. Entiendo que una noticia puede ser errónea, pero ¿cómo puede serlo una foto curiosa? Quizás si el enlace estuviera mal puesto… Pero no era el caso.
- 2 votos irrelevante. Por supuesto que es irrelevante; un enlace que está en la categoría “curiosidades” no pretende tener una gran relevancia.
- 6 votos spam. Los votos spam significan que el enlace se ha enviado únicamente para promocionar un sitio web propio. En este caso es cierto que el enlace sí era de mi sitio web. Es relativamente fácil evitar ser catalogado como spam, siempre que no se haga de modo abusivo; por ejemplo, creando un usuario “falso” para hacerlo, pidiendo a otro usuario que envíe el enlace, etc. Pero ¿por qué tenía que esconderme para enviar una foto que me parecía divertida para que la vieran los demás? Menéame tiene ya un filtro automático que evita que se abuse del spam, pero muchos usuarios tienen además una obsesión en contra de los enlaces a sitios propios, por muy interesantes que sean.
Puse este mismo análisis en un comentario de Menéame para compartir la reflexión: quizás muchos votos (no sólo los de este enlace) no tenían mucho sentido, o no se entendía correctamente el sentido de los votos negativos; lo que conseguí fue un apelativo de “llorica” que me hizo pensar todavía más sobre ello.
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