Por coincidencia, dos de los blogs que leo habitualmente han escrito hace poco sobre algo que, aunque ellos no lo nombren explícitamente, yo describiría como intuición contra conocimiento formal; en pocas palabras, ambos se refieren a la capacidad que tenemos en ocasiones de realizar tareas de forma no razonada, sin seguir reglas establecidas. Es ese conocimiento que tenemos en ocasiones, que surge de manera natural, pero sin que sepamos explicar exactamente cómo.
Los blogs a los que me refiero son de temáticas totalmente distintas: uno de ellos es The Dilbert Blog, creado por el dibujante de Dilbert, Scott Adams. A pesar de su título, los artículos pocas veces tienen que ver con sus tiras cómicas; se trata más bien de contenidos e ideas personales, eso sí, contados con el mismo humor (ligeramente) ácido de las tiras de Dilbert.
El otro blog es Creating Passionate Users, en el que escriben tres autores de libros de la editorial O’Reilly sobre temas como diseño, interfaces, aprendizaje, etc. Todo con un estilo informal y muy ameno. ¡Os recomiendo ambos!
Olfatear y amontonar
En su artículo Sniffing and Lumping (cuya traducción aproximada sería “olfatear y amontonar”) Scott Adams explica que, más allá de los terrenos de la ciencia o las matemáticas, es prácticamente imposible demostrar cualquier cosa sin que haya lugar a la duda. Por tanto, su técnica a la hora de hacerse una opinión sobre un tema determinado es primero “olfatearlo” para juzgar qué aspecto general tiene, y después “amontonarlo” y tratarlo igual que otros asuntos que “huelen” parecido.
Como ejemplo utiliza a personajes como los duendes y el Ratoncito Pérez (en realidad, a unos equivalentes anglosajones); ambos tienen características similares (“huelen” igual), y por tanto los amontona junto con otros asuntos que considera igualmente fantasiosos e inexistentes: fantasmas, OVNIs, Santa Claus… incluso con la idea de Dios, el libre albedrío o el alma inmortal.
El lado más atrevido (e interesante) de esta técnica surge cuando su resultado no coincide con el consenso científico. Así, Scott Adams asegura que, para él, una teoría científica ampliamente aceptada como es la de la evolución le huele como a algo “no totalmente correcto”. Por supuesto, no afirma que sea totalmente equivocada, sino que hay algún aspecto importante que no conocemos todavía y que debería ser explicado para que sea totalmente correcta.
Por cierto, no puedo dejar de asociar el concepto de “olfatear” usado por Adams con el de information scent (“rastro de información”) del que se habla últimamente en usabilidad web. Este último describe comportamiento de los usuarios cuando se hallan en una página y tienen que decidir qué opción (enlace) seguir a continuación para encontrar la información que buscan; normalmente no existe una elección que les lleve con total seguridad a su objetivo, por lo que evalúan las opciones disponibles y siguen la que les proporciona un mayor “rastro” para conseguir su propósito. Es una situación diferente a la expuesta por Adams, pero sigue siendo un ejemplo de cómo la toma de decisiones se hace en muchas ocasiones, no de modo racional y sistemático, sino por comparación y aproximación.
Cómo ser mejor en casi cualquier cosa
En How to be better at almost anything, Kathy Sierra asegura que obtenemos mejores resultados en la mayoría de actividades que realizamos cuando conseguimos que la parte más racional y sistemática de nuestra mente “se calle” y dejamos actuar a la parte menos articulada, más creativa, más intuitiva. A grandes rasgos, el motivo es que es esta última la que se centra en la actividad que estamos realizando (el qué), mientras que la primera se queda un paso más atrás, en el método necesario para realizarla (el cómo).
Como le dice el personaje de Yoda a Luke Skywalker en El Imperio Contrataca: “No, no lo intentes. Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.”
Algunos ejemplos que se dan en el artículo son bastante significativos: todos hemos aprendido a andar siendo niños sin seguir una serie de normas (“avanza primero un pie, luego el otro…”); los jugadores de tenis consiguen golpear la pelota sin ser conscientes de todos los movimientos que realizan; incluso dibujar un caballo es más sencillo cuando se dejan de lado los aspectos puramente formales (“dibujar un mamífero de 4 extremidades”) y se centra uno en las curvas, los colores, las sombras, …
Entonces… ¿nos fiamos de la intuición?
Ambos artículos me han llamado la atención por su coincidencia en el tiempo y porque, tal como diría Scott Adams, “huelen parecido”, y yo los “amontonaría” en el grupo de cosas sobre las que merece la pena reflexionar y que tienen bastante de acertado. No obstante, haría un par de consideraciones:
- El acierto de las intuiciones estará siempre sobrevalorado, ya que tenemos mayor tendencia a recordar las ocasiones en las que nuestras sensaciones no racionales fueron acertadas. Alguien que por una intuición no coge un avión que se estrella lo recordará toda su vida, pero olvidará rápidamente las ocasiones en que, después de un mal presagio, el avión vuela sin problemas.
- El valor del conocimiento no razonado depende mucho de quién sea su autor. Podemos fiarnos más de las intuiciones de alguien con conocimientos en el tema, ya que parece claro que las intuiciones tienen mucho de asociación (consciente o no) con otras experiencias similares. Pero incluso alguien con tantos conocimientos y confianza en la intuición como Albert Einstein tuvo inspiraciones equivocadas.
- Por último, y quizá más importante, las intuiciones pueden funcionar en el ámbito personal, pero son difícilmente defendibles en el social. Los avances colectivos, sobre todo en el mundo científico, se basan en el establecimiento de reglas comunes que permiten compartir, comparar y reproducir las experiencias; pero no es posible establecer un debate (racional) basado en intuiciones.
En resumen, que dos fuentes que suelo considerar bastante acertadas coincidan en darle esa importancia a los conocimientos intuitivos me sirve para reafirmar que dichos conocimiento no deben ser despreciados de ningún modo. Nuestra mente en realidad no funciona más rápido que los ordenadores modernos, pero tiene la capacidad de realizar gran cantidad de asociaciones y comparaciones de modo simultáneo; por tanto, es posible que extraiga consecuencias y conocimientos de un modo tal que no seamos capaces de convertir fácilmente a un razonamiento lineal y lógico.
Ese tipo de conocimiento puede ser utilizado directamente en el ámbito personal: arte, aprendizaje, etc. Y aunque no pueda serlo en un entorno social, sí puede servir de guía para encaminar la búsqueda. Los genios en matemáticas o física son capaces de tener intuiciones que después confirman mediante métodos formales; de algún modo consiguen combinar la parte racional y la emotiva, tal como comentaba en un artículo anterior.
Por todo eso, no descartes las sensaciones o intuiciones, o un modo de trabajar que no siga un patrón o unas determinadas reglas. Puede que así evites que los árboles (el proceso de buscar una solución) te impidan ver el bosque (la solución en sí).