¿Cuál es la manera más práctica de repartir una tarta entre dos personas? No es necesario acudir a un tercero; basta simplemente con que una de ellas haga las partes, y la otra elija con cuál se queda. Y funciona porque todos los que participan se ven afectados por el resultado.
Esa es una idea que se repite constantemente en Antifrágil (continuación lógica de El Cisne Negro, la anterior obra de Nassim Taleb). Insiste Taleb una y otra vez en que no podemos dejar que personas que no se juegan nada tomen decisiones; ni siquiera tenemos por qué escuchar sus opiniones. ¿Por qué? Porque esas personas no tienen la piel en el juego (“skin in the game”).
La idea fundamental del libro es que los sistemas más o menos complejos (por ejemplo, la economía o el cuerpo humano) pueden reaccionar de tres maneras ante sucesos imprevistos: verse afectados negativamente (son “frágiles”), ser más o menos inmunes (son “robustos”), o beneficiarse de ellos (Taleb los llama “antifrágiles”). Y el problema con las opiniones de los no involucrados es que no se ven afectados por la fragilidad que usualmente provocan.
La prueba de que no se trata de una idea excepcionalmente novedosa es la cantidad de expresiones que ya tenemos para referirnos a situaciones similares. “Jugarse el pellejo”, “predicar con el ejemplo”, “jugarse las habichuelas” o, en sentido opuesto, “haz lo que yo diga, no lo que yo haga” son más que habituales en nuestro lenguaje.
Pensemos ahora en nuestros gobernantes; ¿se ven ellos afectados personalmente por sus decisiones? Quizás sea así en un ámbito local, pero cuando hablamos de gobierno del estado, parlamentos, etc., como se diría familiarmente, “va a ser que no”. Estamos acostumbrados a que nuestros gobernantes tengan una vida política activa de algunos años para después pasar a un cómodo “retiro”, dando conferencias o como asesor de alguna gran empresa. ¿Cambia eso en función de las decisiones que toman? No mucho; esa vida no parece verse modificada por el resultado más o menos acertado de las decisiones que toman durante su mandato; la fragilidad que puedan provocar no les afecta a ellos.
Es más; hay quien además los acusa de aprovecharse de la fragilidad que causan. No son pocos los políticos que acaban contratados por empresas que se han beneficiado de sus decisiones, decisiones que posiblemente hayan afectado negativamente a la sociedad. Son “antifrágiles” a costa de traspasar su propia fragilidad a los demás.
Poniendo su pellejo en juego
Si todo esto es así, ¿cómo podríamos lograr que nuestros gobernantes estuvieran realmente involucrados y se “jugaran el pellejo” en sus decisiones? No es necesario llegar a las guillotinas; basta con proponer algunas medidas como:
- Obligar a que los cargos públicos y sus familias utilicen servicios públicos y prohibirles que sean usuarios, por ejemplo, de la educación o la sanidad privada.
- Establecer un salario máximo para cada cargo basado (multiplo) en el salario mínimo.
Está claro que es difícil que medidas como estas se lleven a la práctica, por el mismo motivo que otras (por ejemplo, la reforma de la ley electoral): porque afectan negativamente a los que las toman. Es decir, cuando tienen la piel en el juego sí actúan en consecuencia; por eso hay que lograr que lo que les beneficia a ellos sea lo mismo que beneficia a los demás.
Pueden sonar radicales o demagógicas, pero son ideas que ya estaban presentes en los escritos de Platón hace 2.500 años para resolver los mismos problemas que tenemos ahora con nuestros gobernantes. Quizás va siendo hora de que dejen de repartir tartas ajenas mientras saben que ellos tienen su ración asegurada.