¿Cuál es la manera más práctica de repartir una tarta entre dos personas? No es necesario acudir a un tercero; basta simplemente con que una de ellas haga las partes, y la otra elija con cuál se queda. Y funciona porque todos los que participan se ven afectados por el resultado.
Esa es una idea que se repite constantemente en Antifrágil (continuación lógica de El Cisne Negro, la anterior obra de Nassim Taleb). Insiste Taleb una y otra vez en que no podemos dejar que personas que no se juegan nada tomen decisiones; ni siquiera tenemos por qué escuchar sus opiniones. ¿Por qué? Porque esas personas no tienen la piel en el juego (“skin in the game”).
La idea fundamental del libro es que los sistemas más o menos complejos (por ejemplo, la economía o el cuerpo humano) pueden reaccionar de tres maneras ante sucesos imprevistos: verse afectados negativamente (son “frágiles”), ser más o menos inmunes (son “robustos”), o beneficiarse de ellos (Taleb los llama “antifrágiles”). Y el problema con las opiniones de los no involucrados es que no se ven afectados por la fragilidad que usualmente provocan.
La prueba de que no se trata de una idea excepcionalmente novedosa es la cantidad de expresiones que ya tenemos para referirnos a situaciones similares. “Jugarse el pellejo”, “predicar con el ejemplo”, “jugarse las habichuelas” o, en sentido opuesto, “haz lo que yo diga, no lo que yo haga” son más que habituales en nuestro lenguaje.