Estas fiestas se repartirán miles de regalos de amigo invisible, que a priori es un gran invento, y más en estos tiempos que corren: en vez de devanarte los sesos en esa tarea maldita que es elegir regalos para familiares y amigos (y, lo que es peor, eligiendo cuánto te gastas), el destinatario del regalo y el precio del mismo te vienen asignados por designio divino. ¡Qué alivio!
Pero no nos engañemos, amigos. La tradición del amigo invisible (evolución natural para llegar al pragmatismo desde el misticismo de los Reyes Magos pasando por el consumismo de Santa Claus) tiene sus peligros. La costumbre es tan reciente entre nosotros que muchos de sus aspectos están todavía difusos, y se mueven en un terreno etéreo que reclama a voces una estandarización por parte de ISO o, mejor todavía, un mandato de la ONU para evitar conflictos fraticidas.
Si no dejamos claro el concepto de “regalo del amigo invisible“, podemos encontrarnos con algo como esto.