En el capítulo de House de la semana pasada, durante una discusión, el ácido doctor soltaba el siguiente razonamiento:
Si quieres que la gente conduzca mejor, quita los airbags y pon un machete apuntando al cuello; nadie pasará de 10 por hora.
Drástico pero acertado, como casi siempre. La frase es para hacerle pensar a uno; parece obvio que es conveniente mejorar la seguridad de los automóviles pero… ¿de verdad se reducen los daños cuando se aumenta la seguridad de los vehículos?
Me recordó a algo que leí sobre los cascos de fútbol americano y la llamada teoría de compensación del riesgo; en la década de 1.940 se introdujeron los cascos de plástico en la liga norteamericana, lo que suponía una mayor protección para los jugadores. Sorprendentemente, las estadísticas mostraron que después de la introducción de esos nuevos cascos las lesiones relacionadas (cuello, cabeza) habían aumentado considerablemente.
¿Qué ocurría? Los jugadores de fútbol americano, al sentirse más protegidos por los nuevos cascos, actuaban de forma más arriesgada y usaban la propia protección del casco como elemento ventajoso. Y eso mismo es lo que expresa la teoría de compensación del riesgo:
Cualquier persona situada en un entorno de riesgo adapta su comportamiento a los cambios del nivel de riesgo que percibe. Si detecta un riesgo creciente, actuará de forma más cautelosa, y si por el contrario detecta un riesgo decreciente, se comportará de un modo más despreocupado. De este modo “compensa” los cambios del nivel de riesgo, volviendo a situarse en el nivel de riesgo que considera aceptable, que normalmente es variable para cada persona.
¿Y si eso mismo nos estuviera pasando con los automóviles? Como señala un artículo de jotarp.org, citando un estudio titulado Los accidentes de automóvil: una matanza calculada, parece que los automóviles modernos, con mejores medidas de seguridad (ABS, EPS, airbags, etc.) están produciendo precisamente una mayor siniestralidad debido a que los conductores se sienten más seguros y conducen con menos precaución.
Cada vez estoy más seguro de que un problema tan grave como los accidentes de tráfico sólo se paliará de forma efectiva tomando medidas drásticas que afecten directamente a la seguridad efectiva (como limitadores de velocidad) o que tengan en cuenta nuestra psicología como conductores. Las campañas de concienciación como las que apelan a nuestra responsabilidad, al número de fallecidos o a los riesgos de accidente simplemente no funcionan porque nos sentimos a salvo al volante (especialmente cuando somos más jóvenes); y sólo funcionan parcialmente cuando apelan a otro aspecto que sí nos duele: nuestro bolsillo.
¿Tendríamos que fabricar automóviles que nos proporcionaran menos sensación de seguridad para que fuéramos más prudentes? Quizá no sea tan descabellado…